Antes de crucificar al alcalde Michael Bloomberg con la antena del Empire State, hay que recordar que una nevada de Dios Padre le puede pasar a cualquiera. A un neoliberal, a un arquitecto, a un dirigente inquebrantable, a un ambicioso, al que le caigan 60 centímetros de nieve en su ciudad tiene un problema enorme, blanco, frío. Pero lo que vivió Nueva York entre el 26 de diciembre y ayer es de otra película.
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Los problemas empezaron apenas la nieve se congeló sobre los autos. Las bagels nunca llegaron al Café Naidres de la calle Henry, en Brooklyn, y el New York Times no se podía conseguir en todo Queens, los camiones de distribución estampados contra las barricadas de hielo que habían dejado calles enteras cerradas para entrar o para salir. La ciudad trata de cuidar a sus pudientes, a Manhattan, pero no alcanza. El vegetariano Kate Joint’s en el Village, entre otros miles, cerró por tres días: las máquinas limpiaron la calle 4 durante el día, pero los empleados viven extramuros, y nunca llegaron, ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles, porque si sus calles en Queens no estaban bloqueadas por la nieve, tres de las líneas de subte que los vomitan en la ciudad cada día dejaron de funcionar. Los Starbucks de toda la isla estuvieron cerrados o funcionaron a medio turno. Hubo cortes de luz por 36 horas, y cortes de gas con 5°C bajo cero. Y así, pesito a pesito, Nueva York perdió mil millones de dólares por día. Todo lo que no se pudo vender en la semana de fiestas, cuando la gente compra como si se viniera el Armagedón. Quién sabe, con la pérdida de recaudación de esta semana se echa a perder todo lo que se había ahorrado con los recortes fiscales del último año, y encima todos están más pobres, chirriando de frío y calientes con los funcionarios.
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La pregunta es, ¿cuánto hay que desmantelar para convertir a un idílico ciudadano neoyorquino en un desaforado bonaerense? ¿Cuánto hay que meterle el dedo en el ojo para que su inclinación comunitaria dé lugar a un tirapiedras como Dios manda? No se trata de poner a prueba a los que luchan toda la vida, los imprescindibles, hablamos de los que quieren ir y volver del trabajo y que haya electricidad para iluminar el arbolito. A saberlo: la diferencia entre un estado y una banda de desorientados está a tiro de decreto. Bloomberg lleva dos años prolijos de reducción de gastos, congelamiento de salarios públicos, despidos en la administración. La tijera se siente en servicios públicos que funcionan algo peor, y en servicios de emergencia que no son tal.
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