Estuve
contra la guerra en Malvinas el mismo 2 de abril de 1982, sabiendo que
esa banda de genocidas a cargo de picanear la imposición de la miseria
no era capaz de hacer nada bueno por la Patria y el ejército que
mancillaron. Lo escribí entonces y logramos publicarlo en un diario.
Creo en la dialéctica y la construcción de políticas a través del
arduo debate de opiniones diversas, del intercambio de ideas y del
diálogo fecundo. Comparto la necesidad de pensar Malvinas como metáfora,
en toda su complejidad y dentro de una historicidad larga, a la cual
hemos hecho referencia. Por metodología, hasta cuando afirmo me permito
dudar. Pero las preguntas que ha invitado a formularnos Federico Lorenz
en su reciente artículo en Página/12 (el pasado lunes 3) me han
sorprendido. Podría pensarse que son preguntas retóricas que serán
respondidas a su regreso de Malvinas, pero conociendo los ritmos de la
prensa no se podrá suponer inocentemente que la opinión publica estará
esperando que resuelva los dilemas que plantea a la vuelta de un viaje,
que pareciera sin retorno.Hay algunas preguntas en esa nota que me impactan particularmente, a las que me referiré y daré respuesta.
- “¿Por qué, si hemos revisado tantas cosas en relación con nuestro pasado, no hemos incorporado la experiencia de la guerra y la posguerra para pensar la cuestión de Malvinas?” Creo que encuentra respuesta en la muy explícita y severa crítica que hace el gobierno nacional a la guerra, la denuncia y persecución de sus actores en la Justicia, la divulgación del Informe Rattenbach que impulsó la Presidenta. Nadie ignora la experiencia de la guerra en Argentina –¿cómo hacerlo?— y medios como la película Iluminados por el fuego han hecho una excelente tarea de concientización sobre las motivaciones y alcances del conflicto.
- “¿Debemos seguir pensando y sintiendo ‘la causa nacional’ según la matriz oligárquico-liberal en la que se construyó, retomada por el nacionalismo más variopinto sin apenas cuestionarla?” La “causa nacional” es pensada hoy en un contexto completamente distinto: el de la integración regional sudamericana. Esta forja una nueva matriz de pensamiento y opinión, implica que no sólo los argentinos sino toda la región rechazan la existencia de un enclave colonial, la expoliación de nuestros recursos naturales y la creciente militarización al sur de nuestro continente. Es claro para los sudamericanos que Gran Bretaña mantiene el interés estratégico en una base en el Atlántico Sur por razones geopolíticas, revelado en documentos desde 1740 y aún vigente. Hoy, en que además todo el planeta es consciente de las urgencias de recursos escasos, energía, agua y pesca, los intereses no sólo son evidentes sino contrapuestos.
- “¿Es correcto que usemos la palabra ‘negociar’ si no estamos dispuestos a considerar la posibilidad de ceder?” En mi experiencia de sindicalista, he aprendido que en las buenas negociaciones ambas partes pueden salir ganando. Pero lo que Lorenz debiera preguntarse, en cambio, es ¿quién, dónde, cuándo se puede hablar de esto, si no hay mesa de negociación, ni siquiera diálogo entre los Estados por negativa del Reino Unido? Esa pregunta –me la hacen frecuentemente los británicos– es fácil de responder: ver las negociaciones entre 1966 y 1982, donde ambas partes contemplaron varias alternativas para resolver la disputa territorial.
- “¿Nos atreveremos a pensar, al menos como un ejercicio intelectual, que tal vez no tengamos (toda la) razón?” Esta pregunta sobre la “razón” ya entra dentro del campo del absurdo. Me confunde. No sé si el autor de la nota está dudando del uti possidetis jure –el derecho de posesión de estados—, de las afirmaciones del duque de Wellington cuando como primer ministro inglés puso en duda los títulos británicos sobre Malvinas ante la invasión de 1833, o del propio Lorenz, quien, como profesor, tantas veces ha hecho referencia –en Argentina y en Londres– a los incuestionables derechos argentinos sobre las islas Malvinas.
- “¿Estamos seguros de que nuestra sociedad está de acuerdo con la idea de no incluir a los isleños en las negociaciones?” Cualquiera podría afirmar ingenuamente que los isleños debieran participar en las negociaciones. Se entiende. No toda la sociedad sabe que el Reino Unido quiere que los isleños sean parte de la negociación bajo dos condiciones: a) como “gobierno de las islas”, es decir, como tercera parte en la negociación, cuando las Naciones Unidas establecen que la disputa debe resolverse entre dos Estados: Argentina y el Reino Unido; b) los isleños no se avienen a negociar soberanía, sino solamente “cuestiones prácticas” de su interés y exclusiva conveniencia. No “toda la sociedad” está cabalmente informada de esto, pero sí lo está Lorenz. Generalmente más importante que tener todas las respuestas es hacer/se las preguntas adecuadas.
- “¿Cómo puede ser que nuestro Congreso haya votado a favor de dialogar con un Estado sospechado de participar en un atentado terrorista contra nuestros ciudadanos pero no podemos hacerlo con los habitantes de Malvinas?” Lorenz alude a un caso debatido y resuelto por los representantes del pueblo y las provincias en el Congreso, dentro de las normas de la democracia representativa. Aunque su pregunta apele a una comparación simplista –casi una provocación—, no se puede ignorar que los habitantes de las Malvinas no constituyen un Estado diferente del Reino Unido. Para “pensar la historia a largo plazo” se desaconseja olvidar la propia historia, en este caso la historia del imperialismo, el antiguo y permanente afán de perpetuar un orden colonial de violencia y saqueo para servir a objetivos estratégicos diferentes y contrarios a los nuestros; ni olvidar nuestra luchas por generar un orden multipolar que dé “equilibrio al universo”, diría Bolívar.
El derecho, en este caso el derecho internacional que rige la relación entre Estados, es también una construcción social. No hay duda de que el derecho de autodeterminación que sirve para liberar a los “pueblos” sometidos a un orden colonial no cabe a los actuales habitantes de Malvinas; ellos son ciudadanos británicos, pero la tierra que habitan pertenece a la Argentina. Gozan de incuestionables derechos civiles y políticos, pero no tienen la capacidad legal de resolver el destino del territorio ni la disputa de soberanía. Se trata de una disputa territorial, el contencioso no involucra a los habitantes; ponerlos en el centro de la escena incluyendo argumentos sentimentalistas y apelando a consensos blandos es una estrategia del “lobby” que defiende intereses económicos particulares de los isleños. No se entiende, por lo tanto, a qué ni a quién están dirigidas esas preguntas. Debiera Lorenz proponer —“al menos como un ejercicio intelectual”— algunas preguntas a los británicos. Preguntar, por ejemplo, qué “están dispuestos a ceder” los británicos. Preguntar por qué el gobierno del Reino Unido defiende el derecho de autodeterminación de los habitantes de las Malvinas y no lo hizo con los millones de habitantes de Hong Kong y, mucho menos, en Chagos. Al menos tratar de entender y explicar la férrea defensa que hace el Reino Unido de los “deseos” de los habitantes de Malvinas, tan diferente del trato que brindan a los habitantes del archipiélago de Chagos, expulsados de la isla Diego García. Seguramente Lorenz conocerá los cables (filtrados por Wikileaks) que revelan que el director de Territorios de Ultramar de la Cancillería británica, Colin Roberts, insistió ante el encargado de negocios de la Embajada de EE.UU. en el Reino Unido en la creación de un “parque o reserva marina” con el único objetivo de impedir que los chagosianos, pescadores, regresaran a su isla.
- “No habrá huellas humanas o Man Fridays (sic) en las islas deshabitadas”, sostuvo Colin Roberts. “Man Friday” es el despectivo nombre del sirviente aborigen de Robinson Crusoe. Respondiendo a la inquietud del diplomático estadounidense que advirtió que los que abogan por la reinstalación de los chagosianos en su isla continuarían vigorosamente dando prensa a su caso, Colin Roberts “opinó que el lobby ambiental es mucho más poderoso que los abogados de los chagosianos”. Estamos informados de que Colin Roberts ha sido designado por el gobierno del Reino Unido como el ilegítimo “gobernador” de Malvinas a partir del año próximo. ¿Se ha preguntado Lorenz si esto es lo que diplomáticamente llamamos “doble standard” o es el más despiadado y rampante cinismo imperialista?
- Concluye la serie de doce preguntas interrogándose si es “menos argentino quien plantee estas cosas”. Mejor que nuestros compatriotas que leen Página/12, se lo podrían responder en Londres quienes ya están reproduciendo en la prensa británica sus cuestionamientos, para cimentar la posición del gobierno del Reino Unido, del mismo modo en que antes se usara la controvertida opinión de los denominados “17 intelectuales” sobre Malvinas.
Lorenz formula su serie de preguntas desde la doble entidad de un historiador con la fuerza de un especialista que escribe y describe “al pie del avión”. Regresa a Malvinas –anuncia dramáticamente– “en un clima tenso debido a la gestualidad agresiva y obstinada de los dos gobiernos involucrados en la disputa diplomática”. Yo escribo desde Londres, en el día del referéndum. Hoy veo con pesar que Lorenz parece olvidado de todas las lecciones de la historia de nuestro país y nuestro continente cuando coloca al gobierno ocupante en el mismo plano que a nuestro gobierno, que reclama la solución de la disputa de soberanía por la vía pacífica y diplomática.
En los días en que velamos dolorosamente a Hugo Chávez, confundir al agresor y expoliador de nuestra Patria Grande con el agredido es una licencia que no podemos dejar pasar.
* Embajadora argentina en el Reino Unido.
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