Una cuestión que considero necesario introducir es el papel de la unidad y la organización en el proceso de construcción política para ser eficaces en la disputa del poder. Aquí el punto de partida es una cabal noción de la dimensión del enemigo a enfrentar. El verdadero enemigo de los intereses del pueblo y la nación argentina se ha hecho más complejo y poderoso a partir de la descomunal concentración de la riqueza en un doble proceso de saqueo: desde la clase rica del país hacia la mayoría pobre y empobrecida del pueblo argentino y desde los países centrales hacia la Argentina en su condición de país periférico. Saqueo que continúa y que la administración republicana de los EE UU y sus aliados del G7 parecen querer a todas luces profundizar. Y esto último responde a una lógica del capitalismo a nivel mundial, que para resolver el dilema de la acumulación (razón de ser del capitalismo) sin tener ya posibilidades de expandir territorialmente el sistema en el mundo ni promover el consumo de los excluidos sin afectar el reparto de los excedentes, recurre al saqueo desembozado de los países del Tercer Mundo apoyado en su poder financiero y militar. Por suerte han emergido estructuras que desafían ese poder internacional. Mencionamos los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), Unasur y la CELAC como los ejemplos a continuar por ese camino de unión y libertad, respetando la idiosincrasia de cada uno de los países que los integran, pero que se mancomunan en un mundo multipolar.
Desde el campo popular se trata de construir poder que permita modificar la relación de fuerzas existente en la actualidad. Pero esto no es posible sin promover de manera consciente, y por todos los medios al alcance, la organización social y política de los sectores populares. Porque está claro por demás que solamente con votos no alcanza. Y que por lo tanto, una propuesta política basada en el exclusivo posicionamiento mediático de un dirigente con la consecuente intención de voto resulta insuficiente e inconducente para seguir la senda que han impreso primero Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández de Kirchner.
Los votos legitiman, pero la legitimación es sólo un aspecto –por importante que sea- del poder que hay que construir.
Demás está decir, por otro lado, que la construcción de organización tiene un propósito múltiple: disputar poder, respaldar decisiones políticas surgidas de un gobierno popular del que somos parte o contribuir a conjurar los riesgos emergentes de una salida autoritaria de derecha. Por eso resulta irresponsable y poco serio cualquier planteo que sugiera que lo importante es ganar las elecciones y lo demás se hace desde un nuevo gobierno. Quien sostenga esto está totalmente equivocado.
Otro tema es el de la imprescindible unidad del campo popular, para sumar fuerzas suficientes tanto para mantener el gobierno con un programa que implique la continuación del modelo vigente, como para respaldar las decisiones políticas que lo han hecho realidad. Esto supone, esencialmente, una confluencia de las luchas y coincidencia de los reclamos de los sectores más pobres con buena parte de las capas medias. Una alianza de los del medio con los de abajo, a la que el poder le teme y tanto se esfuerza por evitar. Sin esta articulación social no se pueden imponer los intereses del pueblo, ni reconstruir un proyecto de nación.
Un tema que parece necesario atender, en relación a lo que estamos tratando, es el papel del factor tiempo y las coyunturas electorales en el proceso de construcción y acumulación de fuerzas. Lo primero que es necesario dejar en claro es que construir organización toma tiempo. Y que no se puede improvisar ni esperar resultados de la noche a la mañana, cuando estamos pensando en miles y miles de compañeros organizados en todos los frentes de lucha posible a lo largo de todo el país; o en formar cuadros o estructurar equipos de conducción con adecuadas formas de comunicación. El tiempo que insuma impulsar este tipo de construcción política será siempre variable, condicionado por la dinámica general del acontecer político y social y por lo acertado de la propia política de masas.
Por lo tanto, sin desatender a la coyuntura electoral, como la que nos puede tocar atravesar, en primer lugar es imperioso que cualquiera sea nuestro grado de participación en las elecciones, logremos que nos sirva para acumular fuerzas y no para fragmentarnos. En segundo lugar, tenemos que garantizar que no modificaremos la política ni el rumbo estratégico que nos tracemos por razones de especulación electoral.
Más allá de la velocidad con la que a veces se pueden desencadenar los acontecimientos en los procesos sociales, cosa que en gran medida está afuera de nuestra voluntad, hay que evitar la falsa creencia de que el asunto es llegar y después vemos. Porque una vez en el gobierno, nadie podrá hacer gala de lo que no construyó.
Como bien dicen las Madres, ni un paso atrás, es nuestra obligación pero también nuestro deseo, que cumplamos a rajatabla esta consigna. Muchas mujeres y muchos hombres, todos patriotas, desde el fondo de la historia como país hasta nuestros días nos inducen a seguir construyendo una patria para todos, sin oprimidos ni opresores, en unidad y libertad. Las futuras generaciones nos demandan que la cumplamos. Votar en octubre la continuación de este proyecto nacional, popular y democrático es nuestro deber, nuestra obligación y también nuestro deseo.
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