La
presente etapa del capitalismo que nos toca vivir se caracteriza, entre otros
aspectos, por su frenética estimulación al hiperconsumo. En la era de los
hipermercados y del hipertexto, no es exagerado agregar ese prefijo.
Y si
se pretende comenzar con esta idea de la estimulación al hiperconsumismo es porque
entendemos que es un aspecto esencial para
poder ir aproximándose a un fenómeno como el de los llamados grupos marginales violentos, producto de
sociedades que tienden por su propia dinámica a la segregación.
En
momentos que la muerte de Nelson Mandela nos recordó la nefasta política del
apartheid en Sudáfrica, es bueno comenzar a abrir los ojos porque nuestras
sociedades se están estructurando sobre la segregación, aún con las importantes
políticas de inclusión social que vienen desplegando los gobiernos populares de
América latina.
Recientemente,
Premesh Lalu, director del Centro de Investigación en Humanidades de la Universidad de la Provincia Occidental
del Cabo, señalaba que las luchas en contra del apartheid no se enfocaron en el
problema de la economía. Por ello, ésto no sólo lo podemos ver a través de los
muros que separan EEUU de México, Israel de Palestina, sino también a través de
muros menos tangibles como los que separan a las favelas de la voluptuosa y
turística Río de Janeiro, en los barrios como Aulnay-sous-Bois y Clichy-sous-Bois
que rodean a la lujosa Paris y hasta en la gélida Estocolmo este año se han
vivido sucesos de violencia en barriadas de inmigrantes.
Aún
con el importante crecimiento económico vivido por la Argentina en los últimos
diez años, y la consiguiente reducción de los niveles de pobreza, en una Buenos
Aires empalagada de si misma y gobernada por la derecha despreocupada se ven personas viviendo en las calles, expulsadas
de las villas que hace rato dejaron de ser de emergencia para ser
estructurales. Por lo que una vez más podemos corroborar que Argentina no está
aislada de este mundo.
El
hiperconsumismo está estrechamente ligado al descarte, al use y tire. Y lo que
se consume y descarta a repetición no son sólo celulares, computadoras,
televisores, autos. El ser humano también es descartable. Pensar que hoy
alguien pueda hacer carrera en una empresa buena parte de su vida laboral es
casi tan fantasioso como creer en el caballero salvador de la princesa
desdichada. Los deportistas comienzan su ciclo profesional cada vez más jóvenes
y son reemplazados cada vez más rápido, dejándolos en condiciones físicas
muchas veces desastrosas. Y qué decir de los viejos, cuando recordamos aquellas
muertes masivas (unos 10 mil) por abandono tras una ola de calor en Francia.
Varios centenares de cuerpos nunca fueron reclamados por sus familiares.
Los
pibes de las barriadas populares también son mano de obra descartable de las
organizaciones delictivas.
Como
afirmara el antropólogo Maurice Godelier, en las sociedades del presente sin
dinero no hay existencia social. O sea, la exclusión no es sólo económica ya
que también aparta al ser humano de la vida social, haciendo que en la medida en
que avanza el tiempo sus posibilidades de reinserción sean cada vez más
dificultosas, para él y también para sus hijos.
Pertenecer
tiene sus privilegios, decía una famosa propaganda de tarjeta de crédito. Y
para pertenecer hay que estar adentro. Y la verdad es que prácticamente todos
queremos estar adentro, en algunos casos es sólo una cuestión de tiempo. Y por
lo tanto a los que no los dejan intentarán meterse por la ventana o por donde
sea.
Los
bolsones de poblaciones marginadas que se ven en la CABA, el Gran Buenos Aires,
Rosario y Córdoba, coexisten con la exhibición de crecientes sectores
acomodados que gastan grandes sumas de dinero en casas de barrios cerrados, tecnología,
autos y ropa de marca. Todos elementos de estatus, según marcan las grandes
industrias culturales que llegan a todos.
El
descomunal negocio inmobiliario, al igual que la soja, captura nuevos
territorios expulsando al pobrerío y excluidos a zonas cada vez más marginales,
que a su vez generan sus propios marginales. Así se va creando un mundo en el
que la primera norma de convivencia social es el sobrevivir perteneciendo a como de lugar, territorio ideal para la
captura de mano de obra barata para el delito, ya sea autogestionado o
monopolizado por organizaciones, entre las que se encuentra la propia policía.
En este territorio el mundo del trabajo y la solidaridad no es el modelo
socialmente hegemónico.
Ante
esto, los incluidos, impregnados de miedo, salen al mercado a comprar seguridad
privada y patalean por una necesidad casi infinita de seguridad pública,
actitud que se contradice con una tradición a querer evadir las cargas
tributarias. Así, a la policía se le exige que el negraje vea obstaculizado el ingreso a los barrios decentes que
pretenden gozar en paz de su consumo a cambio de un creciente aislamiento. En
algún momento se llegó a hablar de una refeudalización. Ello es claro en
Córdoba y también en numerosas localidades de nuestro país. “La policía
garantizaba ese orden, que se aceitaba con los recursos que el narcotráfico le
derivaba a la policía y que ha perdido transitoriamente su lubricante”, en
palabras del antropólogo Pablo Semán el periodista Horacio Bervitsky reseña
esta situación (Página/12, 8 de dicembre de 2013). “Cuando el reaseguro
policial desaparece, emerge el carácter masivo del horror. ‘La Córdoba dividida y
desigualada a la fuerza ha mostrado por un segundo la arquitectura y el dolor
generalmente enmudecidos de su constitución social’, concluye el calificado
observador”, agrega el periodista.
El shopping
Dot descargando sus aguas al Barrio Mitre, en la CABA, es otro claro y muy
gráfico ejemplo de lo que aquí se pretende exponer.
“Nos
regalan miedo para vendernos seguridad”, increpaba un graffiti callejero. En la España en crisis por el
modelo neoliberal se trata en estos momentos en el Congreso una ley de
Seguridad Privada que permite a los empleados de las empresas identificar,
cachear y detener a ciudadanos en sus zonas de competencia laboral (Naiz info,
11 de diciembre de 2013).
Observando
la seguridad en su doble faceta, como política y como negocio, creemos que tal
vez sea hora de empezar a romper el negocio, fundamentalmente el de la droga (replantearse
la ilegalidad del comercio es fundamental, para que pase de ser un problema de
seguridad a ser un problema de salud pública), para que desde el Estado y las
organizaciones populares se pueda trabajar en mejorar las acciones de inclusión
en lo económico, en lo político, en los social y también en lo cultural,
poniendo el foco en promover valores de superación personal y solidaridad colectiva,
en particular hacia ese combinado abstracto más amplio que es la Argentina. Como
dijo el Pepe Mujica, los argentinos tienen que quererse un poquito más. En
definitiva, que vuelva ser sentida esa vieja consigna peronista que decía nadie
se realiza en una comunidad que no se realiza.
Integrar en todos los frentes, como alternativa al nuevo
apartheid que nos propone la sociedad del hiperconsumo. Ese es el desafío de
los gobiernos populares a través del Estado y la organización para romper definitivamente con la
Argentina del liberalismo individualista.
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