sábado, 21 de diciembre de 2013

Sociedad de consumo, segregación y proyecto popular

Ayer reproduciamos en este blog las acertadas y oportunas palabras de Emilio Pérsico que nos llevaron a redactar  lo que sigue y queremos compartir con los compañeros y compañeras:




La presente etapa del capitalismo que nos toca vivir se caracteriza, entre otros aspectos, por su frenética estimulación al hiperconsumo. En la era de los hipermercados y del hipertexto, no es exagerado agregar ese prefijo.

Y si se pretende comenzar con esta idea de la estimulación al hiperconsumismo es porque entendemos que es un aspecto esencial  para poder ir aproximándose a un fenómeno como el de los llamados grupos marginales violentos, producto de sociedades que tienden por su propia dinámica  a la segregación.

En momentos que la muerte de Nelson Mandela nos recordó la nefasta política del apartheid en Sudáfrica, es bueno comenzar a abrir los ojos porque nuestras sociedades se están estructurando sobre la segregación, aún con las importantes políticas de inclusión social que vienen desplegando los gobiernos populares de América latina.

Recientemente, Premesh Lalu, director del Centro de Investigación en Humanidades de la Universidad de la Provincia Occidental del Cabo, señalaba que las luchas en contra del apartheid no se enfocaron en el problema de la economía. Por ello, ésto no sólo lo podemos ver a través de los muros que separan EEUU de México, Israel de Palestina, sino también a través de muros menos tangibles como los que separan a las favelas de la voluptuosa y turística Río de Janeiro, en los barrios como Aulnay-sous-Bois y Clichy-sous-Bois que rodean a la lujosa Paris y hasta en la gélida Estocolmo este año se han vivido sucesos de violencia en barriadas de inmigrantes.

Aún con el importante crecimiento económico vivido por la Argentina en los últimos diez años, y la consiguiente reducción de los niveles de pobreza, en una Buenos Aires empalagada de si misma y gobernada por la derecha despreocupada se ven personas viviendo en las calles, expulsadas de las villas que hace rato dejaron de ser de emergencia para ser estructurales. Por lo que una vez más podemos corroborar que Argentina no está aislada de este mundo.

El hiperconsumismo está estrechamente ligado al descarte, al use y tire. Y lo que se consume y descarta a repetición no son sólo celulares, computadoras, televisores, autos. El ser humano también es descartable. Pensar que hoy alguien pueda hacer carrera en una empresa buena parte de su vida laboral es casi tan fantasioso como creer en el caballero salvador de la princesa desdichada. Los deportistas comienzan su ciclo profesional cada vez más jóvenes y son reemplazados cada vez más rápido, dejándolos en condiciones físicas muchas veces desastrosas. Y qué decir de los viejos, cuando recordamos aquellas muertes masivas (unos 10 mil) por abandono tras una ola de calor en Francia. Varios centenares de cuerpos nunca fueron reclamados por sus familiares.

Los pibes de las barriadas populares también son mano de obra descartable de las organizaciones delictivas.

Como afirmara el antropólogo Maurice Godelier, en las sociedades del presente sin dinero no hay existencia social. O sea, la exclusión no es sólo económica ya que también aparta al ser humano de la vida social, haciendo que en la medida en que avanza el tiempo sus posibilidades de reinserción sean cada vez más dificultosas, para él y también para sus hijos.

Pertenecer tiene sus privilegios, decía una famosa propaganda de tarjeta de crédito. Y para pertenecer hay que estar adentro. Y la verdad es que prácticamente todos queremos estar adentro, en algunos casos es sólo una cuestión de tiempo. Y por lo tanto a los que no los dejan intentarán meterse por la ventana o por donde sea.

Los bolsones de poblaciones marginadas que se ven en la CABA, el Gran Buenos Aires, Rosario y Córdoba, coexisten con la exhibición de crecientes sectores acomodados que gastan grandes sumas de dinero en casas de barrios cerrados, tecnología, autos y ropa de marca. Todos elementos de estatus, según marcan las grandes industrias culturales que llegan a todos.

El descomunal negocio inmobiliario, al igual que la soja, captura nuevos territorios expulsando al pobrerío y excluidos a zonas cada vez más marginales, que a su vez generan sus propios marginales. Así se va creando un mundo en el que la primera norma de convivencia social es el sobrevivir perteneciendo a como de lugar, territorio ideal para la captura de mano de obra barata para el delito, ya sea autogestionado o monopolizado por organizaciones, entre las que se encuentra la propia policía. En este territorio el mundo del trabajo y la solidaridad no es el modelo socialmente hegemónico.

Ante esto, los incluidos, impregnados de miedo, salen al mercado a comprar seguridad privada y patalean por una necesidad casi infinita de seguridad pública, actitud que se contradice con una tradición a querer evadir las cargas tributarias. Así, a la policía se le exige que el negraje vea obstaculizado el ingreso a los barrios decentes que pretenden gozar en paz de su consumo a cambio de un creciente aislamiento. En algún momento se llegó a hablar de una refeudalización. Ello es claro en Córdoba y también en numerosas localidades de nuestro país. “La policía garantizaba ese orden, que se aceitaba con los recursos que el narcotráfico le derivaba a la policía y que ha perdido transitoriamente su lubricante”, en palabras del antropólogo Pablo Semán el periodista Horacio Bervitsky reseña esta situación (Página/12, 8 de dicembre de 2013). “Cuando el reaseguro policial desaparece, emerge el carácter masivo del horror. ‘La Córdoba dividida y desigualada a la fuerza ha mostrado por un segundo la arquitectura y el dolor generalmente enmudecidos de su constitución social’, concluye el calificado observador”, agrega el periodista. 

El shopping Dot descargando sus aguas al Barrio Mitre, en la CABA, es otro claro y muy gráfico ejemplo de lo que aquí se pretende exponer.

“Nos regalan miedo para vendernos seguridad”, increpaba un graffiti callejero. En la España en crisis por el modelo neoliberal se trata en estos momentos en el Congreso una ley de Seguridad Privada que permite a los empleados de las empresas identificar, cachear y detener a ciudadanos en sus zonas de competencia laboral (Naiz info, 11 de diciembre  de 2013).

Observando la seguridad en su doble faceta, como política y como negocio, creemos que tal vez sea hora de empezar a romper el negocio, fundamentalmente el de la droga (replantearse la ilegalidad del comercio es fundamental, para que pase de ser un problema de seguridad a ser un problema de salud pública), para que desde el Estado y las organizaciones populares se pueda trabajar en mejorar las acciones de inclusión en lo económico, en lo político, en los social y también en lo cultural, poniendo el foco en promover valores de superación personal y solidaridad colectiva, en particular hacia ese combinado abstracto más amplio que es la Argentina. Como dijo el Pepe Mujica, los argentinos tienen que quererse un poquito más. En definitiva, que vuelva ser sentida esa vieja consigna peronista que decía nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.

Integrar en todos los frentes, como alternativa al nuevo apartheid que nos propone la sociedad del hiperconsumo. Ese es el desafío de los gobiernos populares a través del Estado y la organización para romper definitivamente con la Argentina del liberalismo individualista.  






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