Queremos destacar el siguiente testimonio del juicio por los
crimenes ocurridos en el campo de concentración cordobés de La Perla:
“Vos va a ser nuestro Caballo de Troya. Algún día vas a
volver y nos vas a denunciar a todos”, le espetó, rabioso, el torturador
Ernesto “Nabo” Barreiro al sobreviviente Piero Di Monte en septiembre de 1977,
cuando el ciudadano ítalo-argentino y uno de los pocos que lograron salir con
vida del campo de concentración de La Perla, se le escapaba irremediablemente
de las manos.
Piero tenía doble ciudadanía y la embajada italiana no había
cesado de pedir su liberación desde que la esposa del cautivo denunció su
secuestro en junio de 1976. Paradojas de la historia: su papá había emigrado de
“la Italia de posguerra” para que el hijo no tuviera que pasar por “los
desastres de la violencia”. Piero Italo Argentino, lo nombró, esperanzado en
que el pequeño no olvidara su tierra de nacimiento y amara la de adopción donde
–ansiaba el progenitor– su hijo tendría una existencia más tranquila que él.
“Pero no pudo ser”, suspiró Piero Di Monte ante el tribunal, en el comienzo del
testimonio más largo de este juicio que ya lleva 89 audiencias y 163 testigos.
Di Monte declaró por más de diez horas y su testimonio aún no concluyó: deberá
continuarlo vía teleconferencia desde una ciudad del norte italiano, donde
dirige “un centro industrial”.
“Eso fue importante para mi vida. Algunos (jerarcas) no
querían tener problemas con Italia. Por eso a mí me habían sacado de La Perla y
me habían llevado al Batallón 141. Me tenían haciendo tareas de reparación
eléctrica. Además, a eso se sumaron las apetencias de (César) Anadón, un coronel
que fue el segundo de Luciano Benjamín Menéndez, que aspiraba a ser agregado
militar en algún país europeo y no quería quedar mal con los italianos.
Barreiro estaba furioso por eso”, explicó Di Monte.
Más de 36 años después, el temor del represor se cumplió: su
“presente griego” estuvo allí para acusarlo ante el Tribunal Oral Federal No1.
Y con él a los otros 40 imputados que tienen al ex carapintada, a Luciano
Benjamín Menéndez y a Héctor Pedro Vergez como los jefes de los asesinos y
desaparecedores que actuaron en Córdoba.
“Barreiro nos podría dar una lección magistral en tortura”,
afirmó Di Monte y, entre las decenas de crímenes de los que fue testigo hasta
octubre de 1977 cuando lo liberaron, describió el instante feroz que lo lastimó
con una profundidad de la que aún –admitió– no se repone: “Ya me habían
torturado en la parrilla (el elástico de cama pelado que usaban para amarrar a
las víctimas) y yo sabía, porque lo habíamos hablado mucho y habíamos leído el
libro de Julius Fucik, Reportaje al pie del patíbulo, que si caíamos había que
aguantar al menos unas 12, 15 horas para que los compañeros tuvieran chances de
escapar. Miren, era espantoso... Estaban todos arriba mío como en una danza
macabra. Yo los vi enloquecidos como demonios. Y de pronto, alguien dice bueno
‘basta, basta, el corazón’. Y otro te controla el corazón, y después
continúan... Cuando paran de torturarme, porque yo gritaba muchísimo, vi que
trajeron a mi mujer. ¡A mi mujer que estaba embarazada de cinco meses! –se
horroriza todavía–. Yo les había rogado que a ella no. Pero de pronto la
trajeron a la sala de tortura con su pantaloncito celeste, su pancita y la
acostaron cerca. Fue entonces cuando lo vi a Barreiro con la picana en las
manos. Iba hacia ella. Mientras me seguían torturando vi que la circundaban. Y ahí
no pude soportar... y grité ¡basta, basta! Y me llevaron a una oficina. Ya
habían pasado las 12 horas”.
(...)
Ernesto “Nabo” Barreiro es uno de los pocos que todavía no tienen
condena. Fue extraditado de los Estados Unidos en 2007 cuando las
autoridades argentinas reclamaron su deportación y los agentes de
migraciones norteamericanos lo encontraron en The Plains, un pueblo a 80
kilómetros al oeste de Washington, en el que se había asentado desde
2004 junto a su mujer cuando llegaron huyendo del primer pedido de
captura en la Argentina.
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