El candidato del Frente Amplio Progresista, Hermes Binner, viene creciendo en las encuestas de un modo que preanuncia que –aunque muy lejos de Cristina Fernández– se ubicará como el opositor más votado el domingo. Tuvo la virtud de criticar al gobierno sin gritos altisonantes, sin amonestar a la presidenta y sin ceder a las tentaciones de sumar dirigentes por derecha, como lo hizo Ricardo Alfonsín.
En su discurso, el santafesino les propone a los argentinos “el verdadero progresismo”, lo cual sugiere que el kirchnerismo no es progresista. Resulta estimulante que se dispute quién es más progresista y no más conservador, pero algunas definiciones de Binner no parecen encajar del todo en ese ideario. Al menos resulta atípico que un socialista diga que para tratar de “pasar este momento”, los trabajadores “no deben pedir aumentos de sueldos”. Es cierto que también dijo que para no estimular la inflación los empresarios no deben aumentar los precios. Y que los socialistas no tienen siquiera el recuerdo clasista de sus antecesores. Pero paradójicamente parece más progresista el presidente de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, quién piensa que la Argentina “no puede competir en el mundo con bajos salarios” y que “no sirve el desarrollo sin una sociedad más justa”. Cada vez que las paritarias discuten salarios, Cristina Fernández insta a dirigentes sindicales y empresarios a la prudencia para saldar la contradicción básica del capitalismo. Pero ni siquiera cuando se espera el impacto de la crisis global, se atrevió a decirles a los trabajadores que no pidan aumento de sueldo.
Tal vez Binner pertenezca a esa pléyade de dirigentes socialistas europeos como Felipe González, que produjeron en los ’90 las más brutales reformas conservadoras y que en la Argentina fueron concretadas por un hombre del peronismo como Carlos Menem. O tal vez coincida con los socialistas Georgio Papandreu y José Luis Zapatero, que ajustan sin piedad a sus compatriotas de ingresos fijos. De Mendiguren esboza en cambio una vieja idea peronista de conciliación de clases, al señalar que “Argentina es atractiva para las inversiones porque acá se vende, y eso genera una dinámica virtuosa: a mayor demanda, más inversión y más creación de empleo”. No es otra cosa que lo que sostuvo Néstor Kirchner durante su gobierno y lo que también cree Cristina Fernández, que anda por el mundo advirtiendo a los gobernantes, que con políticas de ajustes no harán más que agravar la crisis. Los economistas heterodoxos no creen que los aumentos salariales sean los principales generadores de inflación. En los sectores que requieren escasa mano de obra, esa no es la razón del movimiento ascendente de los precios.
El gobierno cree más bien que se trata del efecto de la puja por el ingreso. Pero es cierto que las contradicciones propias del capital y el trabajo no se saldan fácilmente. Juan Domingo Perón debió apostar toda su autoridad política para sostener un Pacto Social que intentaba superar esa puja, pero que al final de los días del anciano líder, hacía agua por las presiones sectoriales. Ahora mismo el gobierno enfrenta roces con la CGT, después de años en los cuales la central obrera fue uno de los pilares del modelo. La cuestión de fondo no es el reclamo salarial, sino la sospecha sindical de que el gobierno podría llevar adelante una reforma del sistema de salud que afectaría a las obras sociales y la interna sindical, en la que no pocos intentan moverle el piso a Moyano. Pero en los discursos se expresan por el lado del ingreso y de la calidad de vida de los trabajadores. Hugo y Facundo Moyano ponen énfasis en el Impuesto a las Ganancias que pagan los asalariados, en que muchos trabajadores no consiguen aún empleo y en que otros tienen bajos sueldos. Y la presidenta les recuerda que son los que más consiguieron con este modelo, por lo cual deben defenderlo. El debate por el salario se potencia con las amenazas de la crisis, cuando los moderados se vuelven conservadores. Es cierto que el mundo cambió demasiado y las ideologías se han diluido un tanto.
Muchos argentinos todavía están estupefactos por la revelación del ex presidente socialista uruguayo, Tabaré Vázquez, quien dijo que fue a pedirle ayuda a los Estados Unidos para defender a su país, mientras un presidente peronista enfrentaba a George Bush en Mar del Plata. ¿Quién es el progresista en este entuerto? ¿Kirchner o el compañero de Binner, que lo apoyó en la campaña un par de semanas atrás? De todos modos, cualquiera debe admitir la audacia del candidato del FAP, al convocar a un no aumento de salarios, a una semana de las elecciones. Congelar salarios no parece una consigna convocante. Y mucho menos progresista.
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