Christine Lagarde ya ejerce de sucesora de Dominique Strauss-Kahn al frente del Fondo Monetario Internacional, y nada hace pensar que vaya a cambiar un ápice la política de esta institución, que viene predeterminada por todo un sistema económico y un juego de intereses entre estados y grupos de presión que no se ven afectados por el nombre de la persona elegida para defenderlos. El FMI es desde hace décadas guardián del capitalismo global y la ex ministra francesa de Finanzas desempeñará su papel en ese sistema con comodidad y convencimiento. Igual que durante su etapa en el Gabinete de Nicolas Sarkozy. No hay, por tanto, novedades en ese sentido.
Sin embargo, los términos del nombramiento de Lagarde, difundidos ayer por el FMI, sí llaman poderosamente la atención. La ex ministra cobrará un salario anual libre de impuestos de 323.234 euros, además de un suplemento de 57.858 euros, lo que elevará su retribución hasta los 381.092 euros. Esta cantidad supera ampliamente los 161.652 euros que recibía somo salario bruto anual en el Gobierno galo, sin contar con que el Fondo le reembolsará todos los gastos en los que incurra en el desempeño de su labor. Y no serán baratos. Dice el FMI que este generoso salario tiene como objetivo que su nueva directora mantenga «un ritmo de vida adecuado a su posición». Estas palabras constituyen una auténtica burla para millones de personas en todo el planeta, que a duras penas pueden hacer frente a los recortes, reformas y todo tipo de medidas antisociales que están aplicando sus gobiernos de la mano o presionados por la institución monetaria internacional.
La imagen del FMI quedó seriamente dañada a raíz del estallido de una crisis que no sólo no vio llegar, sino que posibilitó con su política de laissez faire económico. Sin embargo, la incapacidad de articular una alternativa y la sumisión general a los mercados le devolvió el cetro de la política económica mundial. Ahora está desatado y ni siquiera mantiene las formas.
Fuente: Gara
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