El primer consejo de Jaime Duran Barba a sus
asesorados siempre es el mismo. Hay que afeitarse el bigote, para
relajar la imagen y no parecerse a Hitler.
Así consiguió que Mauricio Macri se afeitara, y también Federico
Franco, el presidente paraguayo que asumió tras la destitución de
Fernando Lugo.Experto en imagen, Duran Barba construyó su propia máscara, así como construye la de los políticos a los que asesora.
El problema de vivir con una máscara es que a veces, inoportunamente, la máscara se cae.
Y aparecen los hombres, y las ideologías.
El Duran Barba que habló loas de Hitler es el mismo Duran Barba que está procesado por haber montando una sanguinaria operación política en contra de Salomón Filmus, el padre de Daniel Filmus, utilizando recursos del Estado para realizar tareas de inteligencia.
Es el mismo Duran Barba que cuida la imagen de Mauricio Macri, procesado por ser partícipe de una asociación ilícita que espiaba al dirigente de la comunidad judía Sergio Burstein para llevarle información al Fino Palacios, ex comisario complicado en la causa AMIA.
Es el mismo Duran Barba que lo hizo aparecerse junto a una niña pobre de un barrio pobre para iniciar su campaña electoral, y que les escribe los libretos a todos y cada uno de los funcionarios cada vez que tienen que aparecer en escena.
El que les aconseja que no respondan, que no debatan, que repitan frases una tras otra aunque no tengan sentido.
La nueva derecha latinoamericana, que ha elegido a Duran Barba como uno de sus gurúes, ha hecho de la máscara democrática y sensible una de sus fortalezas.
El problema es que se les nota.
Cuando Mauricio Macri dice “nadie hizo nada en esta ciudad en los últimos treinta años”, hablando de su gestión, no repara en que se nota que su última referencia es Cacciatore, el intendente de la ciudad durante la última dictadura militar. Cacciatore, a quien conoció cuando lo visitó como empresario haciendo acuerdos para realizar obra pública en ese momento en la ciudad.
De qué habla, por ejemplo, el director de medios públicos del Gobierno de la Ciudad cuando se refiere a “sucias guerras”, mentando sin duda el famoso “guerra sucia” que usaron los dictadores para justificar la represión y la desaparición de 30 mil argentinos.
En una misma semana, Macri recordó a Cacciatore; Carlos Ares habló de sucias guerras y coronó Duran Barba elogiando a Hitler.
Nada es causalidad. Las palabras, sobre todo, no son casualidad. Las palabras son la expresión detrás de la máscara, lo que no se puede ocultar, lo que termina apareciendo más allá del maquillaje y las operaciones de marketing.
Lo que cada tanto viene a recordarnos que detrás de los políticos modernos y la derecha sensible está el viejo, eterno, autoritaritarismo, que sólo espera agazapado un lugar donde instalarse.
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