Ya que estamos en el día de cierre de la XLI Cumbre de los países del Mercosur realizada en Paraguay, desde La Bengala... nos pusimos a pensar y decimos:
Partimos de considerar como muy positivos los procesos de integración desarrollados en la región sudamericana, tanto desde un punto de vista económico, como también desde una mirada social a partir de la integración de los pueblos, y por sobre todo desde un punto de vista político generando un histórico proceso de estabilidad democrática y de equilibrio en las tensiones al interior de la región. De estas experiencias, consideramos al MERCOSUR como un eje estratégico para el futuro de la Argentina.
No obstante, la integración de por sí no es un acto de voluntad que arrastre armoniosamente hacia el desarrollo integral a sus estados miembros. Las políticas que conduzcan ese proceso de integración no serán democráticas si en el juego de relaciones de fuerza que se produzcan al interior de este proceso no se ceden cuotas de poder y apetencias individualistas, mandato que va para todos los estamentos y sectores que participan de esta causa. Se lo recordó, en la reciente cumbre de Asunción, el “Pepe” Mujica a "la burguesía paulista" para que no obstruya la posibilidad de generar "empresas aliadas y no colonizadas".
Pero no somos inocentes y comprendemos que en las relaciones internacionales se ponen constantemente en juego intereses y aspiraciones que, para bien y para mal, hacen al devenir de las naciones; concepto éste último que tan sólo un par de décadas atrás fue declarado en proceso de extinción y que hoy vuelve para ser actor protagónico. Veamos por caso que es lo que sucede en la otrora modélica Unión Europea y el juego de poder que allí se sucede entre países como Alemania y los llamados despreciativamente PIGS.
La salida del patrón unipolar con la crisis del modelo neoliberal ha sacado a la cancha nuevas-viejas naciones que pujan por un lugar en la mesa de los grandes. Brasil es una de ellas. Eso está claro para todos, pero muy en particular para la dirigencia brasileña.
Argentina, si bien está lejos de encontrarse aislada del mundo, no tiene aspiraciones de participar en esa puja por motivos varios, pero uno de ellos es fundamental: aún no ha saldado a su interior el debate sobre cuál es el modelo argentino. Y sobre ello el conflicto político del 2008 nos ha dicho mucho.
Como afirma nuestro actual embajador en Francia, el Dr. Aldo Ferrer, subsiste en la Argentina un “dilema histórico”, “la ausencia de un consenso hegemónico acerca de la estructura económica necesaria para el desarrollo del país y su inserción dinámica en el orden mundial”. De allí, el reconocido economista colige que “consecuentemente, el país no logró desplegar su potencial de recursos y participar de las relaciones económicas internacionales en una inserción simétrica, no subordinada”.
Con frecuencia se le ha escuchado decir a Ferrer que la Argentina adolece de “densidad nacional” y que “la cuestión nacional es el núcleo de la cuestión social”.
Hoy tenemos una nueva oportunidad para arremeter con esa cuenta pendiente. Pero también debemos tener en claro que la importancia de saldar este debate, que se arrastra a lo largo de nuestra historia, ya no se asienta en los presuntuosos sueños de la “Argentina potencia”, sino en la necesidad de construir una mirada a largo plazo ambiciosa y a la vez solidaria, en la que el proceso de integración sea una herramienta más para alcanzar nuestros objetivos de desarrollo. De lo contrario, el proceso de integración nos arrastrará hacia los objetivos que se propongan otros, que no necesariamente sean los que se proponga el país con mayor poder de juego sino también el de los grandes consorcios multinacionales y sus intereses económicos coyunturales.
Proyectar la inserción de la Argentina en el mundo del siglo XXI no puede pensarse de manera aislada de sus vecinos, y mucho menos de vecinos históricamente cercanos como Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile (no nos olvidamos de Venezuela). Lo contrario sería no haber aprendido de nuestra historia de divisiones, muchas veces promovidas por las grandes potencias de turno. Pero para vencer los considerables obstáculos con los que se tropieza a la hora de construir la integración se requerirán acuerdos políticos, planificación, participación multisectorial, reglas claras, organismos de contralor, inversiones con criterio distributivo; es decir la construcción de un modelo de región en el que quepan los modelos nacionales que la conforman y le otorgan identidad ante el mundo, en un camino que soñamos nos conduzca hacia una integración plena. Socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, como nos gusta a los peronistas.
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