“Usted señora insertó datos falsos en dos expedientes judiciales con la complicidad de dos juzgados, robó dos chiquitos, les quitó la identidad y los asentó en dos registros con un nombre falso”. Las palabras del entonces juez Roberto Marquevich resonaron como una bofetada en el rostro de Ernestina Herrera de Noble. Nunca, antes, nadie se había atrevido a decirle en la cara lo que muchos sabían y no pocos callaban. La dueña del Grupo Clarín permaneció muda frente al juez y salió del juzgado de San Isidro con un destino impensado: la cárcel.
La decisión de Marquevich estalló como una bomba en su propia cara: el Consejo de la Magistratura lo destituyó en tiempo récord, la causa pasó a manos del juez Conrado Bergesio y desde entonces duerme una larga siesta en los archivos de los tribunales de San Isidro.
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La decisión de Marquevich estalló como una bomba en su propia cara: el Consejo de la Magistratura lo destituyó en tiempo récord, la causa pasó a manos del juez Conrado Bergesio y desde entonces duerme una larga siesta en los archivos de los tribunales de San Isidro.
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