Eduardo Anguita
No hay nadie que resiste tres tapas de Clarín seguidas” fue, por años, un axioma de la comunicación política. Pero pasó como con el topless en las playas europeas. Los viejos conservadores creían que era imposible que tanto pecho descubierto pudiera lucirse a pleno sol sin que alguna comezón puritana hiciera que las mujeres volvieran a lucir sugestivos sostenes.
Ahora, todos los días, las tapas de Clarín destilan ideología conservadora y persiguen dañar no tanto al Gobierno como a cualquier idea de cambio en la sociedad argentina. Esta semana volvieron a cargar con una fórmula catastrófica: descubrieron que una delgadita y morocha cuarentona jujeña, de nombre Milagro Sala, es una mezcla del Gordo Valor, el Che Guevara, el Rafa Di Zeo y algún político emblemático por lo corrupto (no es fácil poner un nombre solo). Si se publicara el pasado –supuestamente– militante de los años de juventud de los cronistas de Clarín que suscriben esos artículos se podría llegar a una interesante paradoja: muchos de ellos eran anticapitalistas convencidos y emulaban al Che Guevara, con lo cual podrían tener un poco de vergüenza y algo de sentido común antes de escribir. Pero eso no sería grave porque el derecho a cambiar de ideas es parte del juego –y del cinismo– de la democracia. Lo que no les es permitido en el ejercicio del periodismo es mentir con tanta impunidad. En todo caso, esos periodistas (cuyos nombres omito porque quien escribe esto jamás fue acusado de buchón, aunque sí de muchas otras cosas) reproducen lo que Clarín hizo durante los años de la última dictadura: identificar a los adversarios políticos de la dictadura como subversivos, una lacra, una categoría de alimañas que deben ser extirpadas. Esa caracterización, repetida mil veces por los medios, era funcional al exterminio de parte de una generación de luchadores.
Ayer, Clarín publicó su “Informe especial: Milagros y pecados de la más violenta piquetera K” que, para sorpresa de los lectores, ya “comanda una suerte de Estado paralelo en Jujuy”. La tapa del viernes está hecha en base a puras mentiras. El título de tapa fue “Chávez legaliza a milicias armadas bajo su mando”. Se trata, en realidad, de una interpretación maliciosa de una parte de la nueva Ley de Defensa de Venezuela destinada a cerrar el círculo de Milagro: le faltaba ser la jefa de una internacional de la lucha armada.
Una manera de titular y editorializar que sólo es comparable con la manera de titular de los editores que tenían a los agentes de inteligencia del Estado terrorista encima. Pero esos editores sabían que esos personajes siniestros pensaban lo mismo que los directivos del diario. Y quedaron mil huellas de esa identificación: desde Papel Prensa hasta los hijos adoptivos de la directora.
Pero más allá de todo, el Grupo Clarín tuvo astucia como para cambiar, adaptarse a los tiempos de democracia. El fantasma de las “tres tapas de Clarín” ya no funciona. Ya no es una amenaza capaz de convencer a un adversario. Esas tapas son autoconvencimiento, son parte de la impotencia. No esperaban equivocarse tanto con la Ley de Servicios Audiovisuales y en vez de reconocer que evaluaron mal la relación de fuerzas quieren disciplinar: a lectores, editores, periodistas, a todos. “Están como el politburó del estalinismo” resumió una periodista con vieja militancia trotskista que lleva muchos años en ese diario. Las ventas de Clarín bajaron sensiblemente en el último año y quienes se ocupan de la circulación de periódicos vinculan esa caída a haber ocupado el lugar de oposición política en vez de ser –o aparecer como– un diario generalista y no un periódico de partido.
Pero, como con el topless, es lo que hay. No todos los pechos que se muestran se parecen a los de las películas. Y todos los periódicos –incluido éste– tienen línea editorial, intereses empresarios, intereses con los que se identifican, además de la subjetividad de quienes los hacen. Pero hay quienes pretenden ser neutrales, objetivos e independientes mientras que resultan ser bastante parecidos a todo lo contrario.
El debate de la ley de medios audiovisuales fue importante por haber establecido un límite a los dueños de la palabra. Pero no sólo el límite legal sino el de uso diario. Hasta hace poco, un combo de título de Clarín, zócalo de TN, servicio informativo de Mitre y destacado en la web Clarín era una fórmula potente como el agente naranja, el defoliante usado en Vietnam y elaborado por Monsanto. Pero los vietnamitas explicaban que era importante el hombre y no el arma. Y ellos sí que sabían de lucha armada. Era importante el hombre siempre y cuándo supiera por qué causa peleaba. Y no hubo caso, Estados Unidos confiaba en las armas y no en los hombres. Los suyos, lejos de su país y masacrando pueblos, estaban desmotivados, preferían la marihuana al fusil.
Muchos creyeron que se podía trasladar esa experiencia. En los años setenta, Vietnam formaba parte de un sentimiento mundial. Los mismos líderes de aquella gesta solían repetir que habían ganado la paz y no la guerra. Es cierto que muchos militantes argentinos de los setenta creyeron (entre los cuales se incluye el autor de estas líneas) en el estereotipo de la guerra popular y prolongada como la manera de enfrentar a un sistema injusto como el capitalista. Pero había mucho más amor al pueblo y convicción de una nueva moral para una sociedad justa que ganas de andar con armas. Milagro Sala nacía en esos años. Tenía seis cuando se dio el golpe de Estado que aniquiló a miles de argentinos. Le tocó crecer en la pobreza y cuando tenía apenas 20 conoció a un tipo extraordinario como Germán Abdala, fundador de la Central de Trabajadores Argentinos. Con la impronta pacífica y pacifista de Víctor De Gennaro, Milagro se convirtió en la principal dirigente de la Túpac Amaru y de la CTA de Jujuy. Su vida, tal como la contó el gran cineasta jujeño Miguel Pereira, es la de una persona humilde que es elegida por sus pares para que los represente en sus reclamos, en sus históricas postergaciones.
Clarín, cuyo diario hace una década no puede tener siquiera delegados gremiales, no se puede permitir que una morochita sindicalista sea un referente social. Una cosa es un piquetero rubio y gordo como los de la gesta gaucha y otra muy distinta es Milagro. No sea cosa que los milagros empiecen a hacerse realidad en estas tierras.
Eduardo Anguita: Clap. Clap, Clap. Aplausos, imposible ser más claro.
ResponderEliminarDios te oiga que se empiecen hacer Milagros a favor del pueblo. Me encanto lo que decis: Había mas amor y ganas de una sociedad mas justa, creo precisamente en eso, que nos convirtamos en una sociedad justa para todos.
ResponderEliminarsaludos.
Sil