Leemos a Alfredo Zaiat, en Página de hoy:
(...) En ese turbulento escenario monetario, economías periféricas tienen la oportunidad, pero también la responsabilidad, de diseñar estrategias que les permita adaptarse de la mejor manera posible a esa situación. En ese sentido se inscriben iniciativas como la diversificación de reservas, los acuerdos de intercambio de monedas (como los swaps definidos por el Banco Central de Argentina con los de Brasil y China), la compensación de transacciones comerciales excluyendo al dólar y el proyecto de una moneda regional. En esa tendencia no se está incluyendo como aspecto estratégico la acumulación de oro como activo de reservas, ni la preservación de la riqueza en oro que se encuentra en la cuenca minera. En un artículo publicado en el suplemento Cash el 15 de marzo pasado, el especialista Federico Bernal explica que “vista la tendencia de varios bancos centrales de países OCDE de preservar, y en algunos casos incrementar, el oro metálico de sus reservas oficiales, y suponiendo que la Argentina se vuelque por igual decisión, dos podrían ser los caminos para avanzar en esa dirección”. Señala que “el primero, acopiando el oro nacional al ritmo que la producción local lo permita. El segundo, comprando oro extranjero”. Bernal detalla que la Argentina es el segundo productor de oro de Sudamérica y decimocuarto a nivel global, lo que presenta como absurdo la última opción. Se pregunta entonces cómo acopiar el oro propio. Y plantea dos vías posibles: la primera, establecer una ley que obligue a las empresas mineras que operan en el país a vender el oro extraído al Banco Central. La segunda vía más extrema indicada por Bernal sería la expropiación (con indemnización, previa deducción de los pasivos ambientales) de los emprendimientos auríferos cuya producción supere las 50.000 onzas troy anuales. “El Estado recuperaría así una producción equivalente a las 2.500.000 onzas de oro, equivalente a casi 2500 millones de dólares.”
Un antecedente reciente que también dilapidó reservas en oro tuvo como protagonistas a la dupla de economistas del CEMA, Roque Fernández y Pedro Pou, durante sus respectivas gestiones al frente del Banco Central en la década del ’90. A principios de diciembre de 1997, Pou se mostró orgulloso de haber liquidado toda la existencia de oro que había en las bóvedas de la autoridad monetaria. En total vendió 4 millones de onzas a un precio promedio de 370,22 dólares. El BC recibió entonces 1480,9 millones de dólares por esas operaciones. El proceso de venta del oro se había iniciado en la última etapa de Roque Fernández al frente del Central y se aceleró durante 1997. Entusiasmado por lo que percibió como un excelente negocio, Pou llevó la ola vendedora hasta sus últimas consecuencias. En octubre de 1998 liquidó monedas del siglo XIX por 100 millones de dólares, que fueron ofertadas en la casa de remates Sotheby’s. Eran monedas emitidas durante los gobiernos de Julio Argentino Roca, Miguel Juárez Celman y Carlos Pellegrini. Se cerraba así una historia de acumulación de oro, que había sido característica del desarrollo de la Argentina y que había tenido su mejor momento durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, cuando, según el relato-leyenda, los lingotes ocupaban los pasillos del Banco Central.
Algunas decisiones estratégicas de los economistas, presentadas como verdades absolutas en su momento, se definen con el paso del tiempo si fueron acertadas. La de Fernández-Pou definitivamente no lo fue: esas 4 millones de onzas liquidadas tendrían hoy un valor de 4280 millones de dólares. Fueron vendidas a 1480,9 millones. El resultado es una pérdida financiera de las reservas equivalente a 2799,1 millones de dólares a la última cotización de cierre de 1070 dólares la onza.
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