Por Horacio Verbitsky
En 2001, el Frente Nacional contra la Pobreza concurrió al imponente petit hôtel de la Conferencia Episcopal. El Estado lo adquirió como residencia presidencial alternativa para Roberto M. Ortiz, que nunca lo ocupó, y Jorge Rafael Videla se lo regaló a la Iglesia Católica en reconocimiento a tantas atenciones. En la cordial reunión con la Comisión Ejecutiva, Víctor De Gennaro recibió las chanzas afectuosas de un obispo del que había sido monaguillo, Adolfo Pérez Esquivel no omitió una referencia a la conducta episcopal durante la dictadura y yo padecí la curiosidad general, como si emanara azufre. Cuando terminaron las zalamerías y pedimos que nos permitieran colocar las urnas para la consulta que el FRENAPO organizó a favor de un Seguro de Empleo y Formación, la respuesta fue negativa. Las 20.598 mesas ubicadas en 535 localidades del país podían ubicarse en cualquier parte, menos en las iglesias.
Más de tres millones de personas votaron por esa respuesta política a la pobreza. El Episcopado estaba entretenido con el Diálogo Argentino, uno de los instrumentos ofrecidos a Duhalde y Alfonsín para darle el último empujón al gobierno horrendo de la Alianza. La devaluación que era su objetivo de fondo fue la mayor fábrica de pobres de la historia argentina.
La pobreza era un escándalo entonces y sigue siéndolo hoy. Por más que oscilen sus números, se trata de demasiadas personas que sufren y no hay nada más importante que aliviar su padecimiento, con socorros de emergencia pero también modificando las condiciones estructurales que lo generan. La legitimidad del reclamo es impecable y eso hace repugnante sumar al escándalo de la pobreza el de su manipulación.
El Gobierno ha cometido en esta materia graves errores y los está pagando. A partir de 2006, cuando los salarios recuperaron su nivel previo a la crisis de 2001, su política de recuperación de ingresos para los sectores populares se atascó en un embudo. Los oligopolios que controlan la economía decidieron que ya era suficiente y respondieron con aumentos de precios que desataron un proceso inflacionario. La respuesta gubernativa fue negociar acuerdos que los más concentrados nunca cumplieron, como lo prueban sus saludables balances, y aplicar cirugía reductiva a los índices. Esto demolió la credibilidad de la palabra oficial sobre casi cualquier tema y no es seguro que los esfuerzos de la presidenta CFK alcancen para revertirlo. Por eso se ha vuelto vulnerable a este tipo de operaciones, que no se privan ni siquiera del grotesco de la Sociedad Rural proponiendo un programa contra la pobreza.
En Clarín de ayer, un vocero oficioso del Episcopado afirma que, “en su paranoia”, un funcionario descubrió que el mensaje papal “databa de mayo y fue sacado del cajón por el Nuncio Apostólico, Adriano Bernardini”. Las reproducciones de esta página no dejan lugar a dudas: las palabras de Benedicto XVI fueron transmitidas por su representante en mayo de 2009 y así consta en la publicación oficial de la colecta Más por Menos. Pero esa fecha fue suprimida en la página oficial del Episcopado, donde en cambio figura el día 6 de agosto, como si acabara de emitirse. ¿Por qué habrá sido?
Pródigo en metáforas, el vocero episcopal celebró que los conceptos papales “cayeron como una bomba en el gobierno, debilitado por la derrota electoral”. La frase sobre la pobreza fue la tapa de los principales diarios del viernes 7. Esa mañana el líder populista conservador de la Conferencia Episcopal tenía en la agenda una misa frente a la iglesia de San Cayetano. El cardenal Bergoglio sabe hacer de esa liturgia un acto político. Acompañado por guitarras post-conciliares, tutea a Jesús, dialoga con los fieles, les sonríe, los interroga hasta que responden a coro. Yo estoy con el pueblo y el gobierno le da la espalda, es el subtexto. También toma decisiones de fondo, como la creación de una vicaría especial para las villas, etapa superior del equipo sacerdotal que Juan Carlos Aramburu autorizó hace cuatro décadas. Pero los curas villeros Orlando Yorio y Francisco Jalics denunciaron que en 1976 Aramburu y Bergoglio los entregaron a los militares que los torturaron durante seis meses. Entre los interrogadores había uno con conocimientos profundos de psicología y de la Iglesia. A Yorio le dijo que su error era “interpretar materialmente las Escrituras al ir a vivir con los pobres. Que Cristo hablaba de pobreza espiritual”. Hay pobres y pobres, y se puede escoger según el momento.
Esta vez Bergoglio preparó el escenario en forma cuidadosa. Fue él quien habló del escándalo de la pobreza, en mayo, durante la visita al Papa. Su frase fue dicha y reproducida como un comentario de actualidad. Pero el texto escrito de su homilía indica que fue una cita textual de “Navega mar adentro”, el documento que el Episcopado difundió en 2003. Como es común en la relación entre el centro y la periferia eclesiásticos, salvo casos excepcionales Roma amplifica lo que interesa a cada episcopado nacional. A su vez, “Navega mar adentro” remite a la encíclica “Populorum progressio”, la misma en la que Pablo VI habló de las “revoluciones explosivas de la desesperación”. ¿Para qué recordarlo?
El mismo detector de paranoicos había instalado en la tapa de Clarín del 17 de julio la medición de pobreza del obispo Alcides José Pedro Casaretto. Su principal colaborador laico es el ingeniero Eduardo Serantes, director del primer fondo de siembra del país, Cazenave & Asociados, coordinador del Fondo Agrícola de Inversión Directo (F.A.I.D.), asesor de empresas agroindustriales y de servicios, responsable del programa de trigo candeal de Molinos Río de la Plata y de Trigalia y del programa de girasol oleico para Dow AgroSciences. Esos fondos no discriminan entre inversores con y sin sotana y, naturalmente, se molestan por las retenciones a su comercio exterior. Nada purifica mejor de esos sinsabores que ayudar a los pobres.
Fuente: Página 12
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