¿Y para qué vivir, si ya no tienes fe en tu hermano, al que no amas ya? ¡Ya no me digas que se siente! Si no se cambia hoy, no se cambia más... Y tus hijos sabrán, que vendiste tu amor... L. A. Spinetta
sábado, 18 de abril de 2009
¿Qué le conviene producir a la Argentina?
Para las personas y los países, los tiempos de cambio son propicios para repensar los temas fundamentales. Porque, en tales momentos, es cuando surge la evidencia de nuevos escenarios y la incertidumbre del rumbo a adoptar para navegar en aguas más tranquilas y hacia un destino seguro. Es lo que sucede actualmente en la Argentina.
El derrumbe de la estrategia neoliberal culminó con la fenomenal crisis del 2001/200. A partir de allí, la política económica adoptó un nuevo rumbo que permitió la notable recuperación de la producción y del empleo y un cierto alivio de las condiciones sociales. En la actualidad, el impacto de la crisis mundial y los conflictos de fronteras para adentro, dan lugar a un escenario distinto y a nuevos desafíos. Es comprensible entonces que se haya reabierto el debate sobre las cuestiones económicas fundamentales. Sobre algunas de ellas, se ha alcanzado un consenso relativo.
Por ejemplo, hoy se está de acuerdo en que el desarrollo del país depende de la aplicación del conocimiento y la tecnología a la producción. En efecto, el aumento de la productividad, del empleo y del bienestar social requiere, como condición necesaria, la incorporación permanente de innovaciones en los procesos productivos y en la calidad y versatilidad de los bienes y servicios que abastecen la demanda de consumo e inversión y las exportaciones.
También existe acuerdo en que el país tiene que vincularse con el sistema internacional, ampliando los mercados externos de la producción exportable y fortaleciendo la presencia argentina en los diversos escenarios de la globalización del orden mundial contemporáneo. Acerca de que tenemos que estar en el mundo no hay duda, la cuestión en la cual subsisten posiciones encontradas es en cómo estamos en el mundo O, dicho, en otros términos, ¿qué nos conviene producir?.
Esta pregunta se vincula con la certeza anterior acerca de la importancia del conocimiento y la tecnología. Porque la forma en que el país se vincula con el resto del mundo a través de lo que produce, exporta e importa, determina que pueda, o no, difundir la tecnología y poner en marcha los procesos de largo plazo de acumulación de capital, conocimientos, gestión, organización de recursos, educación, que constituyen la esencia misma del desarrollo económico y social.
El extraordinario dinamismo actual de la producción rural y de la cadena agroindustrial introduce un protagonista importante en la resolución de estas cuestiones. La ampliación de los mercados mundiales como destino de las exportaciones agroindustriales, coincide con la aptitud del empresariado de aplicar las tecnologías avanzadas (siembra directa, semillas transgénicas, agroquímicos, etcétera). Buena parte de la actividad agropecuaria en la actualidad opera en la frontera del conocimiento, a tal punto, que se habla de la agricultura de precisión, en la cual se despliegan las tecnologías de punta, desde la biotecnología a la microelectrónica y la informática. Esto ha provocado un aumento notable de la producción y las exportaciones e incorporado un importante factor dinámico favorable para el desarrollo del país.
La cadena agroindustrial cumple así con dos de los criterios sobre los cuales existe consenso. Por un lado, la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo. Por el otro, la ampliación de los vínculos del país con la economía mundial. A partir de aquí se abren interrogantes que deben resolverse.
La pregunta inmediata es si la cadena agroindustrial alcanza para ocupar los recursos humanos disponibles a remuneraciones crecientes y si el desarrollo tecnológico puede sostenerse en la sofisticación técnica y capacidad competitiva de un solo sector. La respuesta es no. Por tres razones principales.
Primero, porque el sector agroindustrial emplea, directa e indirectamente, una parte importante, del orden del 35% de la población económicamente activa. Por lo tanto, el pleno empleo de 2/3 de los recursos humanos requiere de otras fuentes de trabajo, para lo cual es necesaria una estructura económica de amplia base industrial y servicios portadores del conocimiento y las formas modernas de organización.
Segundo, porque la ciencia y la tecnología se vinculan con la existencia de una base productiva integrada y compleja que abarque a los sectores impulsores de la innovaciones en las áreas de frontera como la biotecnología, la microlectrónica, la informática, los nuevos materiales y su estrecha asociación con las ciencias básicas. El pleno desarrollo de un sistema nacional de ciencia y tecnología y la producción de máquinas y equipos portadores de las innovaciones, no puede sustentarse en el dinamismo de un solo sector, por avanzada que sea la tecnología que emplea, como sucede actualmente con la agroindustria.
Tercero, la demanda de bienes y servicios cambia de composición y la tecnología genera nuevos productos y servicios, lo cual transforma, permanentemente, la producción y la asignación del capital y del trabajo. La única forma de responder a los cambios es contar con una estructura diversificada, compleja y flexible. Si la producción esta concentrada, en uno o pocos sectores, no tiene capacidad de respuesta a los cambios incesantes de la economía moderna.
Suele afirmarse que, como las computadoras y los productos electrónicos bajan de precio mientras suben los de los granos, los términos de intercambio son ahora favorables a estos últimos. Sin embargo, los términos de intercambio de unos y otros no dependen de los precios relativos sino de la remuneración del capital y el trabajo en cada actividad. Las ganancias y los salarios pagados en los productos derivados de la microelectrónica, pueden crecer, aunque bajen los precios de los productos finales, porque su productividad aumenta y sus costos bajan más que los precios. En definitiva, lo importante es si la inserción del país en la división internacional del trabajo favorece, o no, la formación de una estructura productiva moderna, eficiente y competitiva, capaz de abrir espacios de rentabilidad y pagar salarios reales crecientes, en todo el sistema productivo.
En relación con el ejemplo de la microelectrónica, su incorporación, en un sistema productivo, es esencial para ampliar las fuentes de innovación y acceder a las producciones de mayor dinamismo. Si la Argentina no hubiera desmantelado gran parte de su industria electrónica después de 1976, hoy estaríamos produciendo y exportando millones de celulares en vez de sólo importarlos, gastando centenares de millones de dólares y desperdiciando una fuente importante de innovaciones, empleo y rentabilidad.
En resumen, las ventajas competitivas surgen de muchas fuentes pero, en primer lugar, del conocimiento y las innovaciones. A la Argentina le conviene producir aprovechando las derivadas de nuestros recursos naturales y del talento para explotarlos pero, también, de las múltiples innovaciones que sólo pueden surgir de una estructura productiva diversificada, compleja y flexible.
Si logramos generar consenso sobre estas cuestiones, podríamos también ponernos de acuerdo en cómo lograr que el país desarrolle todo su agro, toda su industria y todas las regiones, tomando nota de las condiciones particulares de cada actividad y de cada región. Sin este acuerdo es imposible, por ejemplo, acordar cuál es el tipo de cambio real que permite que sea rentable producir soja, agro alimentos, textiles, celulares, computadoras y tractores. E intercambiar los bienes y servicios más complejos, a nivel de productos no de ramas, con el resto del mundo, aprovechando las ventajas del comercio internacional y de la transformación productiva interna.
Aldo Ferrer
Director Editorial
Buenos Aires Económico
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario